En el libro Si el olvido apareciera, el autor desde sus dos primeros textos “Si perdiera la memoria, y no fuera ya nada para mí, otros hoy extraños la guardarían, en ese paño de seda que fueron mis palabras, y fueron mis caricias… Y aunque la memoria perdiera, cuando ellos a los ojos me miraren, tal vez notaría en esa luz estancada algún atisbo de algo, como quien tira una piedra al agua, que se esparce en mil círculos concéntricos” trata de imaginarse situado en la dolencia del Alzheimer, de vislumbrar en ese espacio de sombra qué siente, qué recuerda, qué olvida, y qué calla. Más que las palabras, a veces absurdas, de la gente que a visitarle viene, una caracola que alguien le regalara, al colocársela al oído le lleva al sonido del Océano Pacífico; y con él, al recuerdo de la América Latina donde tanta cordura encontrara, al recuerdo del amor, que no podía desvanecerse por la maraña del olvido. En definitiva, los textos, escritos todos escuchando El Moldava de Bedrich Smetana, nos describen un espacio más amable, que el rincón escaso de una residencia que llaman de ancianos, donde el autor se supone encarcelado.