Guatemala

1.

Estás en Guatemala. Lo notas en el silencio que se mastica de la gente que camina por la ciudad deprisa sin tener prisa; en las respuestas amables y entrecortadas de las personas, como queriendo decir sin querer decir; en lo mucho que piensan por dentro sin que uno sepa si piensan mucho por dentro; en la mirada que se desvía de continuo a ambos lados de los ojos: es el miedo.

2.

Te cuentan historias de pistolas que colocan en las sienes de los caminantes, de niños que matan por cincuenta quetzales, de personas que hacen desaparecer como quien de un papirotazo caza una mosca; y tú, sin saber a ciencia cierta la razón, te encuentras bien en esa mezcolanza negra, como cuando de niño te levantabas a media noche para ir al baño con miedo de encender la luz y ver alguna realidad fantasmagórica.

3.

Te niegas a que el miedo te domine, a que ciernas demasiado tu vida a una razón entre paredes, a que se suma tu cabeza en el añoso pantano de la obsesión; hidalgo entre molinos de viento que no son molinos sino gigantes, sabedor del peligro que se oculta tras del acecho, y de la ramplonería de vivir una vida cicatera.

4.

La violencia viaja en el sillín trasero de una moto donde un sicario espalda con espalda con el motorista se dispone a acribillar a balazos a cualquier fiscal o abogado que haya osado meter las narices en el submundo de la droga y de la corrupción; y sin embargo, a un costado de donde circula el vehículo que va a ser siniestrado, un puesto de flores olorosas de mil colores adorna la vida, porque en definitiva Guatemala es el país de la eterna primavera, jazmines, madreselvas, rosas, crisantemos, no muy lejos de donde un niño de apenas doce años de edad grita lustre, lustre, con intención de que te dejes limpiar los zapatos y ganar así unos cuantos quetzales con los que comprar una torta de comida o un trozo de pegamento de goma de mascar, sucedáneo de droga que adormece su ignorado espanto, Guatemala…

5.

El patojo de apenas ocho meses de edad, cargado detrás de una indita, que de rodillas en la calzada lleva horas mendigando, juega pacientemente con un cochecito que hace deslizar una y otra vez por la autopista de la espalda de su madre.

6

Qué puede comprender ese niño de seis años descalzo, cogeando de un pie de seguro que de atropello por cualquier de los carros por donde asido de su madre mendiga, cuando ésta le jala del brazo bruscamente y lo baja a la grama para dejar la acera a dos cooperantes señoritos.

7

Ay de la distancia, que se despierta en el ocaso cuando miras sin querer mirar por la ventana, y por el callejón de cielo que se cuela entre los árboles y las torres se te escapa el ansia hacia el nordeste, porque a ese lado está orientada tu ventana, y cruza luego un océano mar y un país querido que se llama Portugal, hasta llegar a esa denostada Salamanca, que ahora la nostalgia de rosa tiñe… hasta que la razón te dice que eches la cortina, y ciñas tu mirada a lo concreto que te circunda, que si no tan cálido para ti, de distancia herido, es muy bello.

8.

La nieve, que es blanca allá donde los países de la abundancia, es por aquí, por donde los lugares que están siempre de erguirse tratando, negra ceniza de volcán que escupe, nieve en pecado que limpia los pies de los niños descalzos, y hace toser a los hombres, cual sumidos en una mina tropical.